Necesitamos episodios épicos en la enseñanza de la arquitectura. Si pudiéramos tan sólo aportar un grano de arena para la construcción de la cultura arquitectónica, que es parte de nuestra cultura, si pudiéramos tan sólo dejar una huella que pueda resistir el paso del tiempo y despertar en los estudiantes un espíritu de búsqueda y de rebeldía, de ser jóvenes, de estar vivos y generar una ruptura del actual estado de las cosas, de la apatía imperante, del conformismo que se respira, con la posibilidad de cambio, de compromiso con nuestra sociedad, de vocación de servicio, para dejar de ser eficientes instrumentos de la sociedad de consumo y del mercado, para convertirlos en protagonistas culturales de las generaciones futuras, nuestra tarea estará cumplida. NO enseñamos sólo arquitectura. Formamos personas, hombres libres y pensantes; debemos generar capacidad de reflexión y transmitir la fe en la autoeducación. Los estudiantes tienen que ser capaces de ser libres y entrenarse a sí mismos.