El erotismo escondido de la prosa isaacsiana no está solamente detrás de los encajes de María, o enredado en sus trenzas, o en sus miradas, ni en los mórbidos brazos de la mulata Salomé, está por todos los intersticios de su obra. En los rumores, aromas, texturas y colores de las descripciones vallecaucanas. En este universo narrativo se ve, se oye, se huele, se palpa y se prueba el erotismo detrás de cada rama, de cada hoja, de cada pliegue de las nubecillas de oro, de cada talle de cualquier mujer u hombre que está a su vista. Es un universo narrativo cuyo alcance va más allá del romanticismo lacrimógeno en el cual se ha querido encasillar, pero que, para fortuna de todos, está siendo reevaluado. Con toda certeza podemos llamar a este universo de Isaacs como el paraíso narrativo de la poesía americana del siglo XIX.
La naturaleza es la más amorosa de las madres cuando el dolor se ha adueñado de nuestra alma, y si la felicidad nos acaricia, ella nos sonríe (Isaacs, 2005: 91).