Le Corbusier compartió el espacio y el tiempo con los surrealistas, el inquieto París de la posguerra (1920/30). Pero también las técnicas productivas con las que estos inundaron el ambiente social, intelectual y cultural de la ciudad: la afición por desplazar objetos y conceptos en el espacio y en el tiempo fuera de su lugar de origen, forzar la aproximación de realidades dispares y ajenas, o manipular estructuras estables –como el lenguaje, el marco, la geometría, la anatomía o el espacio doméstico- para erosionar sus fundamentos. Adoptó instrumentos afines al surrealismo, como la fotografía, el montaje y el caligrama, con el objeto compartido de ampliar el significado de los paradigmas asociados a la racionalidad productiva y tecnológica, en particular los de la máquina. Y los empleó para construir, a través de la edición y manipulación de textos e imágenes en libros, conferencias, revistas y otros medios de divulgación, una versión deformada de su propia obra. Le Corbusier se apropia de tales mecanismos, describiendo la nueva arquitectura por medio de fragmentos literalmente extraídos de otras áreas o disciplinas ajenas a la arquitectura, objetstrouvés procedentes de escenarios dispares, como la producción industrial, los nuevos útiles de oficina, la ingeniería naval o los artefactos bélica, y que su discurso impreso aproxima, solapa e intercambia. El uso de tal conjunto extenso de medios discursivos y de divulgación, y su particular utilización por el autor, facilitó la contaminación de su discurso con las estrategias desestabilizadoras y conflictivas del surrealismo. Con Prólogo de Rafael Moneo.