En el momento en que vi al nuevo fotógrafo de Rallegra, la revista en la que trabajaba en Londres, supe el tipo de hombre que era: arrogante, impertinente y muy rico. Las chicas de la revista se lo empezaron a comer con la mirada en cuanto su culo de acero cruzó el umbral de las puertas de nuestras oficinas.
Cuando me vi obligada a viajar con él a París para hacer un reportaje, no estaba interesada ni en su sonrisa seductora, ni en su sexy acento norteamericano ni en sus insinuantes palabras. De ninguna manera iba a dejarme seducir por sus encantos.
Hasta que lo hice.
En París.
Hasta que empezó a besarme y yo me pregunté cómo habíamos llegado a eso. Hasta que arrastró sus labios por mi piel y yo solo podía desear más. Hasta que consiguió desnudarme en todos los sentidos.
Es curioso, hay locuras que solo puedes cometer en París…
Pero París no puede durar para siempre…