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La sed

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En el nuevo mundo por enésima vez recién descubierto de las mujeres, La sed se interna para poner una distancia: de menor a mayor, especie contra género en la taxonomía de los reinos. Una vampira llega a las costas de la Buenos Aires decimonónica para ver por segunda vez en su vida cómo las aldeas se vuelven una ciudad cosmopolita. Es el ocaso de las bacanales de sangre, de la Europa en que se puede matar y comer a destajo. Hay que adaptarse, mezclarse con los humanos, ser discreta. En el otro extremo de la novela, una mujer contemporánea pasea con su hijo por el cementerio de la Recoleta y vive un poco inquieta su modesta emancipación.

El encuentro entre el mortal aburrimiento de la una y el gótico a destiempo de la otra desencadena la hermosa novela que deja caer todo el peso de la muerte tumultuosa del pasado porteño sobre las pasiones familiares en sordina del presente.

Darwin dice que para los naturalistas, "las especies, cuando se cruzan, resultan especialmente dotadas de esterilidad, a fin de impedir la confusión". Marina Yuszczuk demuestra que en la literatura, por suerte, es exactamente al revés. Los experimentos con lo monstruoso de Mary Shelley y con la astucia doméstica de Jane Austen, más que Drácula, están en el origen de la novela de especies que se niega a ser sólo novela de género.