A lo largo de la historia de la humanidad la niñez ha recibido diferentes interpretaciones y sus correspondientes definiciones. Se ha tomado a ese niño como un rayo de luz que daría sentido a los nuevos senderos; en tanto que en otras circunstancias se lo ha ofrecido como el más horrendo sacrificio para justificar los errores de los adultos.
De una forma u otra, el niño ha sido propiedad de los mayores, y a través de este pensamiento explotaron en desmedro de esa inocencia las diferentes historias de esa niñez postergada y sumida casi a la esclavitud.
En el siglo pasado, la sociedad se ha enfrentado a sus fantasmas del medioevo, y como una deuda por saldar, replanteo la situación de las infancias con la obligación de reparar los estragos que en el pasado había cometido.
Pero algunos errores se siguen repitiendo actualmente, y la simple declamación no es suficiente para acallar el sufriente llanto de nuestro niño, Pedro, y de tantos otros Pedros que en el mundo claman por su inclusión.