El hechicero. Juan Valera
Fragmento de la obra
El castillo estaba en la cumbre del cerro; y, aunque en lo exterior parecĂa semiarruinado, se decĂa que en lo interior tenĂa aĂșn muy elegante y cĂłmoda vivienda, si bien poco espaciosa.
Nadie se atrevĂa a vivir allĂ, sin duda por el terror que causaba lo que del castillo se referĂa.
HacĂa siglos que habĂa vivido en Ă©l un tirano cruel, el poderoso Hechicero. Con sus malas artes habĂa logrado prolongar su vida mucho mĂĄs allĂĄ del tĂ©rmino que suele conceder la naturaleza a los seres humanos.
Se aseguraba algo mĂĄs singular todavĂa. Se aseguraba que el Hechicero no habĂa muerto, sino que solo habĂa cambiado la condiciĂłn de su vida, de paladina y clara que era antes, en tenebrosa, oculta y apenas o rara vez perceptible. Pero ÂĄay de quien acertaba a verle vagando por la selva, o repentinamente descubrĂa su rostro, iluminado por un rayo de Luna, o, sin verle, oĂa su canto allĂĄ a lo lejos, en el silencio de la noche! A quien tal cosa ocurrĂa, ora se le desconcertaba el juicio, ora solĂan sobrevenirle otras mil trĂĄgicas desventuras. AsĂ es que, en veinte o treinta leguas a la redonda, era frase hecha el afirmar que habĂa visto u oĂdo al Hechicero todo el que andaba melancĂłlico y desmedrado, toda muchacha ojerosa, distraĂda y triste, todo el que morĂa temprano y todo el que se daba o buscaba la muerte.
Con tan perversa fama, que persistĂa y se dilataba, en Ă©poca en que eran los hombres mĂĄs crĂ©dulos que hoy, nadie osaba habitar en el castillo. En torno de Ă©l reinaban soledad y desierto.
A su espalda estaba la serranĂa, con hondos valles, retorcidas cañadas y angostos desfiladeros, y con varios altos montes, cubiertos de densa arboleda, delante de los cuales el cerro del castillo parecĂa estar como en avanzada.