El bautismo es la fuente del ministerio presbiteral: de ser bautizado se origina el "servicio" a la comunidad, no el "poder" sobre ella. Este es el asunto del que trata este libro: el sacerdote no es el "jefe" al que los bautizados se sientan subordinados, sino que debe sentirse destinado al sacramento del orden para servir a los bautizados, porque, antes que nada, él también lo es.Los repetidos escándalos en la Iglesia, que últimamente han salido a la luz, han puesto en el punto de mira el ministerio ordenado y han minado la fe tanto del "pueblo de los creyentes" como del "pueblo de los alejados". Lo más inquietante es darse cuenta de que para algunos clérigos es más fundamental e importante su identidad "sacerdotal" que su radical identidad bautismal. Parece que, a fuerza de gestionar el "bautismo de los otros", a veces el presbítero corre el riesgo de olvidarse del propio.Desde el comienzo de su pontificado, Francisco ha puesto nuevamente en el centro el bautismo como base ineludible de cualquier otro llamamiento en la vida de los discípulos. Este regreso a la centralidad del fundamento bautismal representa el lugar fontal de la vida de discipulado y de servicio en la Iglesia.