El riesgo de desastres es uno de los problemas contemporáneos del desarrollo que ha venido en aumento y se ha convertido en una preocupante realidad en un lapso de unas pocas décadas. Es el resultado del crecimiento urbano en áreas peligrosas, de construcciones con insuficiente capacidad para resistir eventos naturales, de ausencia de sistemas de alerta efectivos, de degradación ambiental, de inadecuada adaptación frente a la variabilidad y cambio climático; entre otros drivers de vulnerabilidad, de falta de resiliencia social y de apropiada gobernanza. Los desastres son la materialización del riesgo mal manejado; del riesgo que ha sido construido socialmente y que no ha sido objeto de prevención. Su gestión requiere de conocimiento y comprensión de los factores que lo configuran como un become –i.e. una posibilidad y realidad al mismo tiempo–, lo que exige una profunda indagación interdisciplinaria que abarca aproximaciones científicas, filosóficas, sociales, económicas, ambientales y de ciencia política. Por esta razón, la gestión integral del riesgo ha requerido de cuidadosas y comprensivas lecturas desde la academia y, en un país como Colombia, de estudiar y entender diferentes territorios que han sido, en forma insoslayable, laboratorios naturales y sociales; como ha sido el caso de Manizales.