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Los archivos del dolor ensayos sobre la violencia y el recuerdo en la Sudáfrica contemporánea

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Este texto es el resultado de casi tres años de trabajo de campo e investigación de archivo en la república de Sudáfrica y otras regiones del subcontinente africano (2001-2004). Durante ese tiempo tuve la inmensa fortuna de recibir una gran cantidad de ímpetu y crítica constructiva a raíz de mi intercambio intelectual con diversas organizaciones e individuos en Ciudad del Cabo. Particularmente, quisiera recordar a mis colegas del Direct Action Centre for Peace and Memory, cuyo trabajo es un ejemplo de compromiso genuino con las ideas y la autocrítica en

medio del cinismo de la academia y el acomodo, tanto teórico como existencial, de muchos de sus miembros. Como investigador asociado, en estos años he tenido la oportunidad de reflexionar sobre los aspectos políticos de la investigación social y sobre la naturaleza del trabajo en colaboración entre los "académicos" y los mal llamados "activistas". Nuestras interminables veladas –algunas veces celebrando el Día del Combatiente en medio de los turbulentos corredores de las "localidades negras", muchas de ellas entre las dunas humanas de las universidades sudafricanas, donde imaginábamos el futuro en medio del pasado– se atan indefectiblemente a la existencia, como los vacíos a estas letras. A través de ellos conocí a las abuelas de Gugulethu, por quienes siento un respeto profundo y silencioso: ellas me enseñaron que incluso en los momentos donde reina la más infame de las desesperanzas –y posiblemente por eso–, en las situaciones más desgarradoras de la vida humana, de cara al abismo de lo que parece imposible de nombrar, "en ese universo [donde] las deyecciones se confunden con las ingestiones", emergen las epifanías, pequeños haces de luz en medio de la infranqueable oscuridad: el acorde constante del viento rozando los árboles; la voz trémula de un niño acariciando el pecho cubierto de su anciana abuela; un murmullo débil, tembloroso, en medio de la desolación de la muerte. A ellas les agradezco no sólo esa fracción de sabiduría –que los académicos con frecuencia desprecian–, sino también el haber permitido que mi presencia fantasmal rondara sus vidas durante algún tiempo.