La primera vez que tuve oportunidad de escuchar y ver el son de artesa con su baile fue en 1999 durante una demostración que tuvo lugar en el pueblo de San Nicolás, en la Costa Chica de Guerrero, donde llamaron mucho mi atención coplas como las del son Mariquita María, que antes, en las fiestas fandangueras de son jarocho en Veracruz, ya había escuchado y visto zapatear en la tarima.
Allí comprendí que ambas regiones habían compartido una tradición de fandangos —esto es, fiestas que solían durar toda la noche y donde, bajo una enramada o un manteado, se tocaban sones alrededor de una tarima sobre la cual bailaban parejas mixtas o de mujeres—; aunque en la Costa Chica de unos años a la fecha ya no se realizan juandangos (como les llaman allá).
Por esa tradición compartida de fandangos y coplas entre Veracruz y la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, comencé a preguntarme qué tan profunda era la relación entre sus dos tipos de música, y me propuse investigar seriamente cuál sería el tronco común entre el son de artesa y el son jarocho, lo cual me condujo hasta los fandangos que tuvieron lugar tanto en la Nueva España como en muchas regiones del Caribe hispano durante el régimen colonial, por lo que me di cuenta de que el tronco común que buscaba era muy antiguo y mucho más amplio de lo que imaginaba.