La verdad es una suma de 'I like', y la falsedad su ausencia: he aquí el ecosistema donde prospera la postverdad, así como un despreocupado nihilismo que tiene consecuencias políticas inmensas.
La realidad es lo que fluye tras la pantalla. Nada escapa a esa condición de superficie profunda, expresión a medio camino entre el oxímoron y el vértigo. Tras la pantalla están las emociones, las relaciones sociales, los recuerdos, nuestros vínculos con las personas y las instituciones.
En su superficie transita la vida y la nada. La pantalla digitalizada ya no es un reflejo ni tampoco un destello. Se ha convertido en una superficie porosa que no sirve para comunicar, sino solo para negociar entre emisores y receptores qué es real y qué no, qué es bello o feo, justo o injusto.
El hombre postmoderno ha acabado dando la razón al hombre medieval: en efecto, el mundo es plano.