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Ellas y nosotras.

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Aproximarse a los modos de representación en cualquier época implica entender que la producción de significados es resultado de luchas simbólicas por el poder y, por ende, por el sentido, en las que algunos buscan y logran imponer su representación por encima de la de otros (Bourdieu, 2001: 88). Esta no es una empresa "democråtica". A pesar de que todos tienen acceso y pueden involucrarse de distintas maneras, el producto de la construcción de sentido no es equitativo, el resultado no es simétrico. Como lo afirma Foucault en una de sus intervenciones:

"no se trata de una especie de distribuciĂłn democrĂĄtica o anĂĄrquica del poder" (2000: 39). La producciĂłn de una visiĂłn del mundo social encarna e implica conflictos entre los sujetos que tienen poderes simbĂłlicos, quienes intentan y consiguen "imponer la visiĂłn de las divisiones legĂ­timas, es decir [la] constru[cciĂłn de] grupos. El poder simbĂłlico, en ese sentido, es un poder de worldmaking, [de] construcciĂłn del mundo" (Bourdieu, 1993a: 140), en el que ciertas representaciones se vuelven hegemĂłnicas y se imponen, y otras, por el contrario, se imposibilitan,

se ocultan. No obstante, la aceptaciĂłn de las luchas e imposiciones dentro de la producciĂłn de sentido, es decir, dentro de las representaciones, no implica que deba entenderse que las relaciones sociales se dan entre grupos binarios compuestos por dominantes y dominados, exclusivamente, donde los primeros imponen y los Ășltimos padecen. Los procesos de representaciĂłn no son una "simple" cuestiĂłn

de imposición activa y subordinación pasiva; los grupos subordinados también participan dentro de la producción y reproducción de esos discursos.