La historia sobre el amor de la joven y el cazador, sobre antiguas deidades y espĂritus...
Extractos del libro:
La atenciĂłn de la muchacha fue atraĂda por el cazador. Ăste cortejĂł a una joven viuda. Arrojando una excelente piel de zorro sobre sus hombros, el cazador dijo:
âÂĄCompra, preciosa, no te arrepentirĂĄs! Yo mismo disparĂ© a un zorro, le di justo en el ojo, para no dañar la piel. Mira cĂłmo te queda.
La viuda se asomó a un pequeño espejo de amalgama de plata, incautado especialmente para una ocasión similar en la feria.
âÂĄOh! ÂĄDespuĂ©s de todo, yo misma soy pelirroja! Y si coso un cuello de zorro en la ropa de invierno, parecerĂ© un zorro. Ah, Âżme dispararĂĄs entonces por error, Lesyar?â, coqueteĂł la joven viuda con el cazador.
En ese momento, la madre de Ladomira, Miloslava, se distrajo para probarse un collar, y Ladomira decidiĂł acercarse al cazador. La viuda estaba pagando la compra e intercambiĂł una mirada significativa con el cazador. De repente, la chica se sintiĂł molesta...
Lesyar era inusualmente majestuoso, apuesto y fuerte.
âÂżQuĂ© quieres, Belleza? âle preguntĂł a Ladomira.
Ella bajĂł los ojos: la voz del cazador la excitaba.
âPieles de ardilla para decorar, ârespondiĂł con voz extraña.
Lesyar sacó una bolsa de debajo de un mostrador de madera y dispuso su contenido ante la mirada de una niña sorprendida.
âÂĄElige! ÂĄTodo es tuyo! Acordaremos un precio.
Ladomira pasĂł la palma de la mano por la brillante piel marrĂłn rojiza con marcas negras.
âMe lo llevo todo.
Lesyar sonriĂł.
âEntonces te descontarĂ© algunos mercuros de cobre, âprometiĂłâ.
Ladomira desabrochĂł un monedero que llevaba en el cinturĂłn, lleno de monedas de cobre y plata, llamadas en estos lugares «mercuros». Porque, como en una de las caras de las monedas, se representaba el rostro de un dios desconocido para los eslavos, Mercurio. Antes los eslavos pagaban sus compras con perlas de rĂo, pero hace cuatrocientos años aparecieron comerciantes de paĂses lejanos, cuyos monederos estaban llenos de mercuros. A los knyazs eslavos les gustĂł la apariciĂłn de un dios extranjero del comercio. Pronto aparecieron las casas de moneda, que empezaron a reponer regularmente los cofres de los knyazs con mercuros de cobre, plata y oro.
âDĂgame su precio, âdijo Ladomira, bajando la mano a su bolsa.
âDos mercuros de plata y tres de cobre.
La chica contĂł la cantidad y le dio las monedas al cazador. Ăl la sujetĂł hĂĄbilmente de la muñeca.
âHe oĂdo que eres una novicia en el Templo de la Madre Tierra HĂșmeda. ÂżVas a convertirte en sacerdotisa? âdijo Lesyar.
Ladomira le soltĂł la mano y lanzĂł las monedas junto a las pieles.
âÂĄMete la mercancĂa en una bolsa!â, respondiĂł tajantemente.
***
...Sobre la ciudad sagrada de Radogosh, situada en el monte Alatyr, que se encontraba en la espesura de un bosque, se acumulaban las nubes. El ambiente entre sus habitantes se estaba enrareciendo. La tensiĂłn ha estado en el aire durante mucho tiempo, pero Ășltimamente no ha hecho mĂĄs que intensificarse. Los habitantes de la ciudad sagrada, los vyrajianos, aquellos a los que los eslavos veneraban como sus «dioses», estaban pasando por momentos difĂciles. Pues el culto a Logos estaba ganando fuerza en las tierras occidentales que se encontraban mĂĄs allĂĄ del rĂo Alba.
El culto a Logos se consideraba joven, ya que sĂłlo habĂa aparecido hace unos siete siglos. Pero, a pesar de ello, el culto reciĂ©n surgido empujĂł a los antiguos dioses germĂĄnicos y escandinavos, hundidos en el olvido, y alcanzĂł su cenit. E incluso Rod, el creador de toda la vida y la existencia en las tierras de los eslavos (vyrajianos de nacimiento), que fue el primero en descender a la Tierra en un Huevo de Oro hace mĂĄs de cinco milenios. Que fue adorado por los eslavos occidentales y lo consideraron su antepasado. Y su nieto Dazhbog fueron olvidados, dando paso a dioses mĂĄs jĂłvenes.