En estas prosas tempranas, escritas durante los años de formación de Federico García Lorca y aún impregnadas por la frescura de una mirada que empieza a descubrir el mundo, resuena ya la particular riqueza de tonos, imágenes y temas que definirían su obra. La voz del poeta nos lleva de vuelta al pueblo de su infancia -sus calles quietas, sus juegos, su escuela- y, con ello, al universo emocional de un niño que observa con una sensibilidad desbordante. Completan la selección una serie de textos que nos permiten experimentar el abanico de estados sentimentales que lo acompañaron en su juventud: una época en la que conoce los problemas del amor y se debate entre la inocencia y la lucidez, y en la que el lirismo y la destreza de sus narraciones presagian un talento sin igual.
«Cuando se entierra en el corazón el primer amor entonces es la primera vez que se mira al cielo. Cuando se entierra en el corazón el primer amor los fantasmas del odio cubren el alma y la vida se ve a través de su verdadero cristal... Mi corazón se rebela contra el sufrimiento del amor despreciado. Todo mi espíritu vuela de aquí cuando mira lo imposible... Todo mi cuerpo es desfallecimiento cuando siente los ideales rotos. Mi amor es tan grande y tan de luz que el contacto carnal sería vaguedad y flotar en una atmósfera azulada. Todo lo que hay dentro de mí es puro y de espíritu... Yo soy un soñador que ahora recibe la primera desilusión. Yo soy un apasionado que mira una luz que está muy lejana de la vida. Yo soy uno que nace al hastío...».

















