Entonces cómo hay que llamarlo? ¿Príncipe regente? ¿Su alteza el Príncipe regente? —Harriet hacía una reverencia cada vez que mencionaba a Jorge IV.
—Tranquila, no vas a tener ocasión de llamarlo de ninguna manera —respondió Elinor mientras terminaba de colocar sus libros.
—¿Para qué te has traído todos esos libros?
—¿Para qué crees tú? Para ponérmelos en la cabeza y caminar como una estúpida no, desde luego».
Caroline sabía que necesitaba tiempo para recuperarse del golpe que le supuso la traición de Nathan y Edwina. Pero cuando le dijeron que necesitaría tiempo para ello no se imaginaba que iba a ser arrinconada como una silla rota que ya no sirve para nada. Porque ella no tenía nada roto. Bueno, sí, el corazón, pero eso no afectaría en nada a su capacidad para sonreír, fingir interés o danzar cuando un caballero tuviese a bien proponérselo. El problema es que no se lo proponía ninguno.
«—William también es un amigo de la familia. ¿Por qué no puedo ir con él y contigo sí?
—Porque conmigo estarías completamente a salvo —dijo en un tono irónico que no dejaba lugar a dudas—. No me interesan las niñas mimadas que solo saben llamar la atención pataleando. Y, si me permites un consejo, diría que cualquier cosa que te diga Elizabeth, deberías tenerla en cuenta. Es una mujer razonable e inteligente. Podrías aprender mucho de ella».
Caroline tiene claro que no va a dejar que la conviertan en una solterona, pero tampoco quiere ser una víctima y por eso no permite que la compadezcan. Se lo va a poner muy difícil a todos aquellos que la quieren, incluso a alguno que se ha visto obligado a ayudarla.
«—¿Has matado a muchos enemigos, James? —preguntó Caroline mirándolo con fijeza—. ¿O los oficiales se limitan a dar órdenes desde su caballo para que sean los soldados los que hagan el trabajo sucio?
James posó sus ojos en ella y la frialdad que imprimió en esa mirada la caló hasta los huesos.