Mi otro yo es la historia de un amor prohibido y condenado, por amigos y parientes, entre dos hombres muy diferentes, Santiago, doce años mayor, profesional y empresario, casado, con cinco hijos, de familia tradicional, católica, prisionero en su propio armario; y Mariano, el más joven, productor de televisión y cantante, soltero, con su madre en un psiquiátrico y su abuela enferma, ambas a su cargo, huérfano de padre desde los dos años. Lo ocurrido en su encuentro casual marcó a ambos profundamente. Santiago sintió una convulsión intensa cuando lo vio cruzando una calle, a unos treinta metros delante de él, lo que lo impulsó a seguirlo. Al verse, Mariano no pudo resistirse, a pesar de haber visto una alianza en el dedo anular de la mano izquierda de Santiago. En ese momento comenzó una relación signada por la pasión, la atracción física, pero sobre todo por un amor incondicional, que debió poner pecho a infinidad de dificultades, internas por las dudas e indefiniciones de Santiago al comienzo de su relación y externas por la guerra sorda de terceros.
El trabajo y las vicisitudes de la vida los llevaron a vivir fuera de Buenos Aires. Primero en Brasil, entre San Pablo y Río de Janeiro. Luego Santiago partió a Miami y Mariano a Italia por un nuevo intento de suicidio de su madre. Después de un tiempo en Italia, donde le diagnostican a Mariano una enfermedad neurológica autoinmune, por lo que debió someterse a una intervención quirúrgica severísima, parten por trabajo a Barcelona. Se quedan allí ocho años, período fantástico, pero no menos turbulento, en el que Mariano estuvo al borde de la muerte. Con la crisis global se trasladan a Londres, pero luego de una experiencia horrenda a manos de una mecenas psicópata, parten a Italia, donde no les esperaban cosas buenas. La enfermedad se había cebado con Mariano, al punto de haber tenido que someterse a otras intervenciones quirúrgicas, paros respiratorios y más de una vez conversado cara a cara con la muerte. A dos años de convivir, la enfermedad los priva de su vida sexual, lo que ambos procuran superar, pero no sin problemas de todo tipo. Después de veinte años de convivencia se casan. El amor fue, desde la primera vez que se cruzaron por la calle, el ancla que los amarró a la vida hasta que partieron juntos y juntos regresaron.