Ya en su célebre Doktor Faustus, el narrador se preguntaba –y todo nos hace inferir que el propio Thomas Mann no era ajeno al mismo interrogante– cómo tornar verosímil para el lector un caso de posesión diabólica en pleno 1947. Con Runglián, Siso-Fernández redobla la apuesta, en vista del tiempo transcurrido, y sale incuestionablemente bien librado. La posesión del malhadado Runglián, narrada en primera persona por su primo putativo, resulta verosímil hasta el estremecimiento. Ínsula es, de modo más pertinente, una distopía que se adhiere a las reglas consagradas, en especial a una que le resulta constitutiva y que Ínsula exhibe con creciente y turbadora belleza: el horror, aun el más acentuado, que se naturaliza en la medida que se vuelve familiar.
Osvaldo Gallone