Han pasado una infinidad de instantes desde la última vez que
pensé estas palabras. Me decidí a hablar del amor: como tema, como
objeto de estudio de lo ajeno, pero solo cuando, y si, estuviera listo
para comprenderlo o definirlo. Su definición, sus niveles, todas sus
escalas... hasta llegar a resolver las dudas que prometí serían para
después, hasta que esa simple palabra por fin tuviera sentido.
Aquellas confesiones que aguardaban por la oportunidad de
revelarse, sea como insomnio, epifanía o regresión, se hicieron
nombrar. A la mitad de la noche, durante la tarde, a solas, en una
multitud. Me pidieron que las nombrara y terminaron escribiéndose
con mis manos sobre hojas, hojas comunes.
La intención recae en divagar, en que aquel que lea estas memorias
y recuerdos divague, que comprenda, a lo mejor, el porqué me
quedo en silencio por instantes, por qué uno se aleja y no sabe
qué decir. Te escribí porque solo me escuchaba el cielo y el mundo
me ignoraba. Te escribo porque no podía dormir, porque esta
ansiedad también quiso ser pronunciada y deletreada. Te escribo
porque fue real. Escribí por las sutiles sonrisas, por cada recuerdo,
por las cortinas que nos ocultaron y las puertas que abrimos. No es
poesía, son cartas, y aquí, aquí yace lo que aprendí del amor. Han
y habrán de pasar una infinidad de minutos más, y fracción, entre
este momento en que escribo y cuando tenga que morir. Cuando
eso ocurra, definiré al amor, lo entenderé, lo crearé en cada paso
que doy. Será mío para ser tuyo. Moriré, es una garantía, así como
lo es el separarnos.
Moriré, morirás. Pero vivimos, nos amamos.
Hoy lo entendí, y te he escrito en mis cartas.