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Espacios tecnoestéticos de ficción

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"La física es como el sexo, seguro que da algún resultado práctico, pero no es por eso por lo que lo hacemos". La frase del popular físico Richard Feynman —cuyas Lecturas enseñaron a generaciones desde su publicación en 1964— siempre me gustó. Primero por la irreverencia, es claro; segundo, por quitarle a la física el halo de aburrimiento que termina por sumir la experiencia del colegio, donde hasta lo más divertido —dígase Cervantes, dígase Pitágoras—, termina por parecer tedioso. Y, tercero, porque a través de esa afirmación Feynman revela en la física una característica que tradicionalmente ha sido conferida a la estética, la finalidad en sí misma, o la no finalidad. Es decir, la física asume en la sentencia de Feynman un carácter propio del arte, en el sentido en que se lleva a cabo por el mero placer de su ejercicio, sin que una meta exterior se persiga mediante su práctica. De igual forma, Espacios tecnoestéticos de ficción, de Karen Aune, señala un asunto que se acostumbra olvidar: cómo las innovaciones científicas muchas veces se realizan más por diversión o curiosidad que por un objetivo práctico, tal como el ahorro de tiempo o la economía de materiales. Es por eso que las incursiones de los artistas en los ámbitos científicos o el acercamiento de los científicos al arte suelen arrojar resultados sorprendentes. Lo que sucede, en efecto, porque ambos, tanto la ciencia como el arte, son caminos para conocer el mundo, la primera a través de sus generalidades, descriptibles como leyes; el segundo a través de particularidades descriptibles como casos. De cualquier modo, en el caso está la ley, y en la ley todos los casos, así que si uno lleva hasta el límite cualquiera de las dos disciplinas terminará topándose con su reverso; solo una división moderna entre las ramas del saber puede desconocer esto. Pero no me desvío del asunto, el punto está en cómo las búsquedas sin una finalidad concreta en términos prácticos son responsables de grandes cambios y avances en la misma tecnología, cuestión que se hace evidente, tangible, a través de varias exploraciones de Aune en la presente investigación artística. Investigación que, puede afirmarse, se divide en dos campos. Por un lado, tenemos un artista que presenta su trabajo, su proceso de creación sin especulaciones ni reflexiones teóricas innecesarias. En resumen, una artista que se toma la tarea de escribir en primera persona cómo llegó a construir una determinada obra. Por otro, tenemos una serie de referentes que han sido fundamentales para Aune, tanto del arte como de la ciencia, y los cuales abren un panorama sobre la incidencia de la tecnología en la representación del mundo y, por ende, en su misma percepción. En el primer aspecto —el proceso de trabajo—, Aune describe cómo la obra Lapsus Trópicus, eje de la investigación, partió de una intuición, una idea que, entre la imagen y la hipótesis, se decide llevar a cabo, materializar, colocar en el orbe concreto. Así, la artista narra el intervalo que va desde la primera intuición hasta el montaje de la instalación y su pieza central, una gran armazón en tríplex y acrílico que ondula orgánicamente por el suelo de la sala.