Contrariamente a lo que se ha pensado y consta en los libros de historia y crítica literaria, la célebre obra de Juan León Mera, Cumandá (1877), no fue la primera novela ecuatoriana en defender los principios del cristianismo como fundamentos de la nación emergente. Entre 1871 y 1872, Campos Coello (Guayaquil, 1841-1916) publicó por vez primera y por entregas su novela Plácido . Sus acciones, personajes y espacios, inspirados por completo en una fase del Imperio Romano en que el cristianismo se expandía triunfante, constituyen una prueba irrefutable de que este escritor, como muchos de sus coetáneos, pretendió fundar la nación sobre dos ejes fundamentales: el catolicismo y la hispanidad. Los lectores encontrarán en este libro una versión de la historia de San Eustaquio, santo mártir del catolicismo, conocido por el nombre de Plácido antes de su bautismo y conversión. Pero este libro es más que una hagiografía.
Así como existen novelas latinoamericanas del siglo XIX que se pueden leer como suplementos de la historia oficial, porque examinan o mitifican algún evento histórico relevante para las élites que fundaron el estado nacional, podemos encontrar otras que, además, proyectan el destino y origen de la patria más allá de sus límites espaciales o temporales concretos. Ambas clases de ficciones hallan correspondencia directa con la realidad nacional, mediante alegorías y figuraciones, que afirman su anclaje a la política y cultura de la época. Todas ellas son verdaderas novelas fundacionales, porque delimitan un espacio que sólo la visión de los artistas y estetas podían dibujar: el territorio de la imaginación y los afectos. Esta es la primera edición anotada y la única en aparecer en más de un siglo. También procura convertirse en una invitación a revisitar un territorio que todavía puede ofrecer nuevas cosechas: la novela latinoamericana del siglo XIX.