"¿Por qué al mundo le interesarían las historias que cuento?", se pregunta Hernán Blanco en la introducción de La trampa de los colores. Y uno podría reformular: ¿por qué, en estos tiempos apremiantes, alguien se detendría, se prepararía unos mates (el maridaje perfecto para este libro) y se dispondría a leer, justamente, las historias de Hernán Blanco? Entre las miles de posibles respuestas a esta pregunta, quizás la que él propone sea la acertada: "por el amor que uno le pone a lo que hace". La trampa de los colores discurre por temáticas diversas. La paternidad, la adolescencia, el fútbol, las redes sociales y hasta el terror, entre otras, parecen darle al libro una cierta heterogeneidad. Sin embargo, si uno agudiza la percepción, es capaz de notar lo que subyace tras las historias de Blanco. Es él mismo quien nos da la pista del hilo que las une: "Mi actitud, como decisión de vida, es que la tristeza ajena nunca me sea indiferente". Son diecinueve cuentos, relatos o pequeños ensayos que nos acercan una brisa de esperanza, de aires nuevos. Son tiernos, cercanos y pasionales porque fueron concebidos por alguien que cree que algo mejor es posible. Esa certeza es lo que Blanco se ha propuesto contagiarnos.