Es sorprendente que una estructura tan diminuta, de dimensiones ultramicroscĂłpicas y con una organizaciĂłn estructural aparentemente sencilla, pueda desempeñar funciones tan decisivas e importantes para la vida de las cĂ©lulas. Me refiero a la membrana citoplasmĂĄtica; esa delicada y finĂsima piel que recubre y aĂsla la cĂ©lula de su entorno natural y le confiere la individualidad necesaria para funcionar, en muchos casos, como un organismo independiente, capaz de alimentarse a travĂ©s de ella, de comunicarse con las demĂĄs cĂ©lulas por intermedio de ella y de desencadenar multitud de mecanismos fisiolĂłgicos por virtud de ella.
A pesar de haber transcurrido poco mĂĄs de un siglo desde que el botĂĄnico inglĂ©s Ernest Overton determinara, por mĂ©todos indirectos, que las membranas estaban conformadas por una mezcla de lecitinas y colesterol, a pesar de los avances en microscopĂa y de los novedosos instrumentos y tĂ©cnicas de laboratorio, aĂșn no ha sido posible develar por completo o, si se quiere, corroborar de una buena vez la organizaciĂłn estructural que presentan realmente las membranas biolĂłgicas y, de paso, dar explicaciĂłn a ciertos mecanismos fisiolĂłgicos que todavĂa no se comprenden bien.
He aquà el enorme atractivo que tiene esta diminuta estructura para los biólogos moleculares. He aquà la desbordante fascinación que sigue despertando en mà desde aquellos primeros años como estudiante universitario, la misma que he tratado de despertar siempre en mis estudiantes y que ahora espero despertar en aquellos lectores que deseen incursionar y aprender algo de esta maravillosa piel de la vida.