Las matanzas de Paracuellos pueden considerarse el hecho más execrable producido en la retaguardia de la zona republicana durante la Guerra Civil española de 1936 a 1939. Se produjeron entre 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936, mientras se enfrentaban las tropas gubernamentales con los sublevados, en las proximidades de Madrid. Se realizaron, aprovechando los traslados de diversas cárceles madrileñas, conocidas popularmente como «sacas», 33 entre las fechas citadas; 23 de ellas terminaron en asesinatos. Entre los fusilados, quizá más de 5.000, había gente de muy diversa condición, desde falangistas reconocidos, a republicanos históricos, pasando por sacerdotes ordinarios, burgueses, militares sublevados, militares retirados y hasta menores; se estima que 250. Las fosas son comunes y por lo tanto no hay identificación personal de sus huesos. La historia que aquí se cuenta, nace de la leyenda de que al menos un «fusilado», pudo escapar de tan terrible tragedia. El hecho de que fuera un niño, de solo quince años, su penosa travesía hacia la libertad y las ayudas inesperadas, hacen fascinante su historia. Se escaparon, al parecer, tres adultos. Dos, malheridos, fueron rematados y el tercero, un sacerdote, salvó su vida. Salvar a un niño es una alegoría que el autor realiza porque detrás de la muerte y la sinrazón, esta la vida.
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