El hospedador de provincia. Ăngel Saavedra. Duque de Rivas
Fragmento de la obra
ÂżQuiĂ©n podrĂĄ imaginar que el hombre acomodado que vive en una ciudad de provincia, o en un pueblo de alguna consideraciĂłn y que se complace en alojar y obsequiar en su casa a los transeĂșntes que le van recomendados, o con quienes tiene relaciĂłn, es un tipo de la sociedad española y un tipo que apenas ha padecido la mĂĄs ligera alteraciĂłn en el trastorno general, que no ha dejado tĂtere con cabeza? Pues sĂ, pĂo lector; ese benĂ©volo personaje que se ejercita en practicar la recomendable virtud de la hospitalidad, y a quien llamaremos el Hospedador de provincia, es una planta indĂgena de nuestro suelo, que se conserva inalterable, y que vamos a procurar describir con la ayuda de Dios.
Recomendable virtud hemos llamado a la hospitalidad, y recomendada la vemos en el catĂĄlogo de las obras de misericordia, siendo una de ellas dar posada al peregrino, y otra, dar de comer al hambriento. Esto basta para que, el que en ellas se ejercite, cumpla con un deber de la humanidad y de la religiĂłn, y desde este punto de vista no podemos menos de tributar los debidos elogios al hospedador de provincia. Pero, ÂĄay!, que si a veces es un representante de la Providencia, es mĂĄs comĂșnmente un cruel y atormentador verdugo del fatigado viajero, una calamidad del transeĂșnte, un ente vitando para el caminante. Y lo que es yo, pecador que escribo estos renglones, quisiera, cuando voy de viaje, pasar antes la noche al raso o
en un pastoril albergue
que la guerra entre unos robles
lo olvidĂł por escondido
o lo perdonĂł por pobre,
que en la morada de un hacendado de lugar, de un caballero de provincia o de un antiguo empleado que haya tenido bastante maña o fortuna para perpetuarse en el rincĂłn de una administraciĂłn Rentas o de una ContadurĂa subalterna.