Las elecciones de 2016 permitieron constatar que hay dos Américas opuestas entre sí y distinguibles geográficamente: la América de las grandes ciudades contra la América rural y de las pequeñas ciudades industriales. Pero la diferencia es sobre todo cultural. Hay "dos pueblos que se enfrentan", dos concepciones antagónicas de la convivencia: los blancos "de cepa" de origen europeo que se sienten despreciados por las élites cosmopolitas y por los meritócratas de las grandes metrópolis de las dos costas. Estos últimos permanecen apegados a las formas más modernas de multiculturalismo, de políticas de género y de diversidad. Entre ellos se encuentran los menos religiosos de los americanos: el 36 por 100, de menos de treinta años y con más diplomas, se declaran "sin religión". Frente a ellos se encuentra la otra América, la de Donald Trump, el campeón (dudosamente religioso) de una América blanca y cristiana.