Bertrand Russell señala, en Misticismo y Lógica, que el misticismo es, en esencia, un poco más que una intensificación y profundidad de sentimiento en relación con lo que se cree acerca del universo, pero los hombres más eminentes que han sido filósofos han sentido la necesidad tanto de la ciencia como del misticismo: que se puedan concertar ambas fuerzas lleva a una angustia metafísica tan honda que hace de la filosofía algo más grande que la ciencia y la religión.
Cuando un espíritu humano puede pensar las ideas universales de la verdad, del bien y de lo bello, y al mismo tiempo no despreciar las cosas más pequeñas, está combinando la mística con el temperamento científico. Y si la filosofía quiere realizar sus mayores potencias, el filósofo deberá llevar a cabo la incursión mística en una realidad superior y un bien oculto sin el olvido de lo más pequeño y aparentemente innecesario.
El fracaso en esto, dice Bertrand Russell en el mismo ensayo, es lo que lleva a la filosofía a la inconsistencia, a la mortecina filosófica y a la insustancialidad, por no decir también que a la insipidez.
Estas exigencias pueden verse realizadas en el trabajo Itinerario de la mente a Dios de Buenaventura de Bagnoregio. Aunque es obvia la inclinación superior de Buenaventura por la mística. Se puede poner en el mismo nivel de creación ese ensayo de Buenaventura con obras canónicas de la mística como los escritos poéticos de San Juan de la Cruz o los de Rabindranath Tagore. En Buenaventura, como en Juan de la Cruz o en Rabindranath Tagore y sus poesías, sucede que se pone una gran interrogación al conocimiento corriente, y esta interrogación es la bisagra a un mundo más amplio.
Sucede también que una primera experiencia del misterio puesto ante los ojos se convierte de saber oculto a certeza definida. Sucede que no es la creencia lo que los llevó a la revelación, la revelación es el resultado de haber interrogado. Sucede también que la creencia es obtenida solamente porque han reflexionado la experiencia inefable.
En Buenaventura, como en tantos místicos, se da la intuición, pero no cualquiera, sino la intuición inteligible que lleva a ver lo que los ojos de la carne no pueden: un mundo en el envés del mundo de los cuerpos, pero que determina eternamente los cuerpos porque se encuentra también inherente a ellos.