En un abrir y cerrar de ojos, Marie-Laure pasó de ser una princesa de una importante familia Real africana, a convertirse en inmigrante ilegal. Nieta de un poderoso rey, cuya estirpe se remonta a cientos de años, disfrutó de una juventud en un inmenso palacio rodeada de mayordomos, doncellas, cocineras y jardineros, teniendo al alcance de su mano todo aquello con lo que sueñan millones de personas, incluso en el primer mundo.
No obstante, la riqueza, el poder y la ambición no son siempre buenos compañeros y por su culpa tuvo que huir como una fugitiva a un lejano país europeo. Se enfrentó a miembros de su propia familia que intentaron asesinarla o violarla, luchó por esquivar el maligno poder de la brujería y trató de ignorar los sobornos entre ministros de su país y multinacionales occidentales de los que fue testigo. Todos, o casi todos, le fallaron y no sólo desconocidos, sino también familiares, amigos e incluso la Iglesia, una institución en la que confió ciegamente. Sin embargo, tan cruel puede ser el tercer como el primer mundo. En Europa la engañaron, la utilizaron y la explotaron hasta llegar a la situación en la que se encuentra en estos momentos, tal vez, más confundida que nunca, pero mucho más fuerte.