Ofidia se prepara para la llegada de la primavera. Algunas tormentas descargan tranquilas sobre las calles, los tejados y sus habitantes. Hasta que el derribo de la finca de los Díaz de Ubago, una familia de postín venida a menos, saca a la luz el cadáver de un niño. A partir de ese momento, al inspector Herodoto Corominas no le quedará más remedio que aguantar como pueda el chaparrón dividiéndose entre la investigación del caso, la del cierre del bar de su viejo compañero Vázquez y sus problemas familiares. Poco a poco, Corominas aprenderá que, tal como sentenció la desdichada Medea hace varios siglos, "no hay de los humanos nadie que feliz sea; uno puede tener más suerte que los otros si le afluyen los éxitos, pero eso no es la dicha". Porque la vida no es más que eso, un maldito mal trago.