La actitud intelectual de entablar una relación crítica con el material argumentativo heredado constituye una de las marcas distintivas que la tradición griega lega a Occidente. En esa línea, la propuesta de Claudia Mársico se enmarca en el estudio de la filosofía y en la práctica de su enseñanza como problemas teóricos y filosóficos en sí mismos, indagando sobre aquellos dispositivos que reproducen una lógica de traspaso de saberes atomizados. Frente a esa fragmentación, el remedio es el contacto materializado en diálogos.
Por eso, reconstruir ciertas zonas de tensión dialógica se presenta no sólo como un modo de orientar el estudio de la historia de la filosofía, sino también como una manera de concebir la práctica filosófica: una práctica compartida –arraigada a su ámbito de surgimiento–, que nos permita pensar un acceso a la filosofía antigua, pero también una opción general sin condicionamientos epocales.