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Deber

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Deber. Emilia Pardo BazĂĄn

Fragmento de la obra

De los que, a la desesperada, habían desembarcado en los escollos, quedaba una hacina de troncos palpitantes, mutilados y sangrientos, que casi a la vez tumbó sobre el recanto de la playa el plomo enemigo. ¿Qué fin se proponían al desembarcar así? Ninguno; quizå no sobrevivir a los otros, cuyos cuerpos obstruían el paso, revueltos con las embarcaciones sacrificadas, echadas a pique. No habiendo podido cerrar la bahía, tratåbase de morir.

Y habĂ­an muerto con el gesto sencillo y gallardo de aquella gente durante aquella guerra; pero alguno respiraba aĂșn. No hacĂ­a el menor movimiento; tenĂ­a destrozadas ambas piernas y una bala en la clavĂ­cula. No sentĂ­a dolor, sino solo los comienzos del frĂ­o y peso en las extremidades, la inercia, que pronto serĂ­a reemplazada por el devaneo de la fiebre. PermanecĂ­a con los ojos cerrados, el rostro blanquecino, semejante —a pesar de su uniforme europeo— a uno de esos muñecos de marfil que esculpen delicadamente, los nipones. En el abandono de su letargo calenturiento reaparecĂ­a mĂĄs claro el sello de la raza, lo oblicuo de los ojos, lo menudo, como rudimentario, de las facciones, la expresiĂłn mĂ­stica, infantil, ingenua, de la faz, lo exiguo de la cabeza, la negrura lustrosa del lacio pelo.