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Cielos de Córdoba

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Alcira se asió de las orejas de Perón y en puntas de pie, descalza sobre la silla, acercó su cara al mentón de bronce. Pareció olerlo. Sus labios rozaron apenas una de las mejillas frías y se corrieron hasta encontrar la boca. Alcira posó sus labios sobre los labios de Perón y lo besó. Se quedó un instante ahí, muy quieta, la respiración suspendida. Después, retiró un poco la cabeza hacia atrás. Sobre los labios apretados de Perón había quedado un pequeño rastro de saliva, que brillaba en la luz.

Cada día, cuando sale de la escuela, Tino se va directo al hospital. Allí lo espera su madre, gravemente enferma. A veces pasan la tarde juntos; otras, Tino aprovecha para visitar a algunos enfermos con los que fue entablando amistad, como Alcira, fanática del programa de radio de Alfredo Dilena. Ya de regreso a su casa, hay días en que le gusta volver caminando por la orilla del río; otros, prefiere seguir por el borde de la ruta. Hasta que un mediodía escucha que alguien lo llama: "¿Vas al río?", le pregunta Omar, un compañero de la escuela.

En Cielos de Córdoba, su primera novela, Federico Falco indaga en ese tiempo transitorio que conduce de la niñez a la adolescencia, a veces imperceptiblemente, otras con toda la furia y la ansiedad del despertar del deseo, y lo hace con el estilo depurado y contundente que lo llevó a ser una de las voces más singulares de la literatura latinoamericana de los últimos tiempos.