La figura del verdadero Dios neotestamentario, cuando se describe correctamente, sorprende a muchos cristianos mal informados que la ven esencialmente como la del ser omnipotente al que hay que obsequiar y servir. Es el Dios que maravilla y normalmente, por su genuina humanidad y por su Trinidad, la cual está absolutamente relacionada con la humanidad divina, es rechazada e incluso escandaliza a los seguidores de las demás religiones monoteístas. Por otro lado, en Occidente, en su momento cristiano y hoy solo secundariamente, al oír hablar del hijo de Dios encarnado, muestran una indignación soberbia y asumen actitudes de suficiencia los laicos del entorno científico y filosófico que se consideran muy superiores solo por contemplar la idea de una divinidad que por amor se ciñe un mandil-toalla y, como un sirviente, para dar una fuerte señal de vida altruista, lava los pies a sus seguidores. Sí, porque el Dios cristiano es sin duda omnipotente y omnisciente y todas esas cosas, pero, sobre todo, es la idea misma del amor, incluso nada más que del Amor que contiene todas las demás cualidades divinas absolutas, y es el Amor porque es trino, porque es social. Es el amor infinito que pone su omnipotencia vital al servicio de la salvación eterna de los seres humanos hijos del Padre eterno y hermanos del Hijo hombre y Cristo eterno; ello deriva el sometimiento de Dios a la kénosis, es decir, a la renuncia a las prerrogativas divinas para participar de la historia del hombre entre los demás seres humanos, enseñándoles cómo se debe vivir (amando, precisamente) y por tanto expirando como todos, pero de una de las peores maneras ideadas por el hombre para matar a sus semejantes: la flagelación seguida de la cruz. En definitiva, el amor divino se expresa en la atracción de su resurrección como hombre para todos los demás seres humanos que deseen ser asumidos por Dios en el momento de su muerte: por amor y solo por amor, porque, como dice el Juan neotestamentario, Dios ES amor, este es precisamente su nombre, y Dios ES amor porque Dios ES hombre. Sí, no se hace hombre, como comúnmente se dice, viendo en esto nuestro devenir, sino que lo ES en su propia perfección divina no sujeta al tiempo ni al cambio y que contempla también la Creación y la Encarnación, ambas no menos libérrimas y en ningún caso dictadas por la necesidad.
El Metro Del Amor Tóxico
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