Comparto mi testimonio tras haber convivido con un monstruo bicéfalo: el de un sistema psiquiátrico que aún daña y una grave enfermedad poco comprendida, que mi hija superó contra todo pronóstico médico.
Mi primer impulso fue intentar olvidar estas vivencias lo antes posible, sin embargo, opté por visibilizarlas y abrir espacio a la reflexión. Aporto mis búsquedas y mi deseo de acompañar a personas que sufren procesos similares, como enfermas o como acompañantes. Siempre con gran agradecimiento a todo el buen hacer profesional y sin ningún ánimo de queja ni confrontación, mi objetivo es sensibilizar sobre el daño invisible que aún se ejerce en psiquiatría y cuestionarnos juntos: ¿Por qué no se respetan las garantías constitucionales ni los derechos humanos en los psiquiátricos?¿Por qué las malas praxis judiciales, médicas y de los servicios sociales resultan impunes, y esta agresión a personas tan vulnerables no es de interés de los políticos ni del público?¿Por qué en una unidad psiquiátrica se invisibiliza o ridiculiza el sufrimiento ajeno? ¿Cómo no hay consenso médico para definir ni tratar la llamada anorexia, a pesar de ser una enfermedad descrita desde hace más de veinte siglos? ¿Seremos capaces de rehacer nuestra íntima conexión con la naturaleza para dejar de ser una sociedad enferma?
Todas las personas tenemos la indelegable responsabilidad de cuidar de nuestra propia salud y también podemos ser parte de la red asistencial comunitaria. Esta es mi invitación a reflexionar, a comprometernos con las más vulnerables y a seguir compartiendo.