La entrada en prisión de Luiz Inácio Lula da Silva el 7 de abril de 2018 dio la vuelta al mundo y acaparó la atención de los principales medios de comunicación y redes sociales. No era para menos. El que fue uno de los jefes de Estado más populares del planeta, cuyo liderazgo inspiró a numerosos países, terminaba en la cárcel con una condena de 12 años por corrupción. Los seguidores de la escena política brasileña reaccionaron con estupefacción y sorpresa: ¿cómo ha podido una figura como Lula acabar en la cárcel? ¿Cómo, en tan poco tiempo, el “país del futuro”, que crecía a buen ritmo y con políticas que parecían agradar a una gran mayoría, se desplomó con tanta rapidez? Para gran parte de la izquierda, la prisión del principal líder del Partido de los Trabajadores se trata de una perversa persecución, de una venganza por haber favorecido a las clases populares. Pero, por otro lado, la lucha contra la corrupción ha movilizado a amplios sectores amplios de la sociedad brasileña, lo que ha creado un clima de polarización y enfrentamiento en el que el poder judicial ha pasado a ocupar un espacio central en la dinámica del país, con enorme impacto en la política.
Nos encontramos en una situación enmarañada que pone en jaque el largo ciclo democratizador iniciado décadas atrás y abre dudas sobre la renovación de la izquierda en Brasil. ¿Podrá esta avanzar dejando atrás su posición hegemónica y desarrollista en sintonía con nuevas culturas activistas que emergieron públicamente con las protestas de 2013? También cabe preguntarse qué proyectos serán capaces de ofrecer las fuerzas de centro y de derecha para las próximas décadas, más allá del recorte de derechos y fondos, la privatización de empresas públicas y la subordinación global del país. El presente de Brasil es incierto y preocupante, pero el futuro está abierto. Los retos son múltiples y las alternativas y respuestas, como las aquí recogidas, empiezan a construirse.