Cuando pensamos en la educación de nuestros hijos, ya sea en el terreno profesional o personal, el castigo siempre aparece como uno de los recursos. Definido como la aplicación de estímulos que logren disminuir la presentación de lo que llamamos conductas indeseables, el castigo sigue siendo una forma desagradable y en muchos casos agresiva de educar. Castigamos por impulso, por mal genio, por abuso de poder, por ejercicio de autoridad siempre pensando que podemos realmente moldear las conductas de nuestros hijos. Si bien nuestro papel como formadores nos exige aplicar consecuencias ante conductas inaceptables para la convivencia en familia y en sociedad, lejos está ese concepto de una necesidad siempre imperativa de castigar especialmente cuando esto se hace a partir de estímulos que dañen a los niños.
Esta precisamente es la disertación que hace el doctor Isaza con su escrito acerca del castigo. De una forma muy amena, que nos toca en los ejemplos y que nos hace reflexionar con cada frase, el texto nos lleva de la mano a entender la diferencia entre la ética social que se encuentra detrás del derecho que nos damos de castigar agresivamente a nuestros hijos, y una verdadera ética humana en la cual nuestro rol de educadores pasa solamente por ayudar a nuestros hijos a pertenecer a la sociedad sin hacerse daño a ellos mismos ni a los demás o a las cosas que los rodean. Educar hacia la autonomía y la libertad, sobre la base del respeto y la aceptación de los demás es la gran lección.