A veces, los crímenes más intrínsecos y ocultos te obligan a convertirte en un fugitivo.
En algún lugar del Mediterráneo, escondido en el interior de un rosetón de una catedral antigua, un individuo sin nombre reconoce haber cometido un asesinato minutos antes. Las luces de neón de las fuerzas de seguridad brotan detrás de la montaña. El anónimo emprende la huida en el primer compás de la noche. Sin embargo, el motivo de la fuga será más importante que el cadáver que ha abandonado a sus espaldas. Amanece, las horas se encadenan y el fugitivo, cada vez más cansado y desnutrido, empieza a querer sincerarse.