La señorita Pettigrew, hija de un párroco, lleva toda la vida de casa en casa, ejerciendo de institutriz de niños «espantosos». A sus cuarenta años, «tímida y derrotada», no tiene un penique ni un vestido decente, está en paro y a punto de ser desahuciada. Una agencia de empleo le da la que podría ser su última oportunidad, pero cuando se presenta en el lujoso piso de la señora que la contrata, se encuentra, no con una madre de familia, sino con una joven belleza, rubia platino, envuelta en un salto de cama espectacular. Y lo primero que le pide, apuradísima, es que la ayude a deshacerse de un amante porque espera la inminente llegada de otro. Empieza así un largo día en el que, hora tras hora, la institutriz no gana para sobresaltos: su nueva patrona, la señorita Delysia LaFosse, no parece tener hijos, es cantante de un club nocturno, no solo tiene dos amantes sino tres y la introduce en un mundo inédito de fiestas, glamour y aventuras. Para su propia sorpresa, esta «solterona madura con ideales románticos» se ve abjurando de sus principios mojigatos y abrazando con entusiasmo una vida sin «moralidad», escandalosa y hasta violenta, donde paradójicamente se la trata bien por primera vez. Con una sabiduría aprendida en el cine y las novelas populares, llega incluso a resolver entuertos de lo más peliagudos. El gran día de la señorita Pettigrew (1938) de Winifred Watson es un clásico de la comedia británica, un cuento de hadas de otros tiempos donde la heroína es a la vez Cenicienta y el hada madrina.