Una aventura del poder contemporánea que recupere lo mejor de otras pretéritas.
Poder y dolor son términos habitualmente asociados alrededor de la noción de sometimiento. Esta conexión puede en muchos casos ser legítima, pero ello no evita la necesidad de una exploración filosófica. Este ensayo presenta una perspectiva ontológica: el poder no como agente del dolor sino como su consecuencia, fuerza lanzada para lidiar con él.
La pulsión de poder que nos constituye se presenta como respuesta: se enciende en el irrumpir de lo humano y se niega a apagarse. Si aún somos esa fuerza inercial que surgió el primer día, si en ello consiste cardinalmente la especie, la relación siempre problemática entre dolor y poder no es solo moral o política, sino que mucho antes tiene jerarquía ontológica: lo humano es el dolor, pero también es el poder que lo combate.
Se sostiene aquí la siguiente afirmación: "No son esencialmente los eventos de la odisea humana en la Tierra los que generan dolor, sino que es el dolor primordial lo que ha generado la peripecia del hombre en el planeta." La historia sigue a la antropología... y la filosofía también. No se trata entonces de parir con dolor, sino que es el dolor lo que nos ha parido. El desgarro ontológico que da origen a la especie es el motor de lo humano, y las aventuras del poder en que la condición humana consiste son su resultado.
El discurso de poder que se instala en cada época tiene vocación hegemónica, se propone alcanzar todos los aspectos de la vida, ser productor e intérprete del momento histórico. Su ambición es invisibilizarse, mimetizándose con la realidad. La evolución que en Occidente ha tenido ese recurso totalizador se llama Historia de la Filosofía, y aquí – a partir de esa hipótesis ontológica – vamos a hacerle una visita.
El propósito de este ensayo es entonces la conformación de un discurso filosófico que proponga ciertos consensos acerca de nuestra naturaleza, reinterprete a partir de su raigambre vivencial nuestros léxicos y acciones, y -desde allí- oriente su energía a conformar una propuesta; un protocolo que apunte a preservar la vigencia y la salud de las sociedades abiertas.
Para esto último, quizás, hará falta un nuevo tipo de alegato que evoque y convoque nuestros sueños más puros. Una aventura del poder contemporánea -una más- que recupere lo mejor de otras pretéritas y se proyecte al futuro en la forma de una nueva épica, capaz de reencantar y revigorizar a una sociedad deprimida y extraviada.