Cuando ya no hay forma de extinguir las llamas, ¿qué hacer cuando todo arde?
«Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su labor quizá es más grande. Consiste en evitar que el mundo se deshaga». Es el 10 de diciembre de 1957 y Albert Camus lo enuncia en su discurso de aceptación del Premio Nobel.
En las páginas de este libro Jorge de los Santos aborda otra constatación: las generaciones posteriores saben que no lograrán evitar que el mundo se deshaga, pero que su labor es aún si cabe más grande. Consiste en intentar lograr que el mundo se deshaga con dignidad.
Intentando demostrar cómo hemos dejado ya de ser sujetos de la historia, que lo que pasa, pasa por nosotros, pero no bajo nuestro dominio, o que cualquier rebelión puede ser tomada por nosotros pero no se engendrará en nosotros, el autor plantea la imposibilidad que tenemos de generar una fuerza que altere un orden que se hace cada vez más fuerte.
La conclusión es inquietante. Negado el futuro solo nos queda la ventura. No hay posibilidad alguna de rebelión, sólo la constatación de su imposibilidad. No hay ya dominio ni medios de reconstrucción. Una conclusión en ningún caso apática o derrotista que apele a la indiferencia o a la negación frente a lo ineludible, sino que anticipa la ingente tarea que se anunciaba al principio: «irse despidiendo», pero aun sabiendo que nuestro receptor es la nada, hacerlo con la dignidad del que debe entregar un legado al porvenir.
Un libro, por su agudeza y contundencia, llamado a ser una demostración de lo que ya hemos perdido pero que hay que tratarlo como si aún lo sostuviéramos. Un libro demoledor que hace del arte de la demolición una exhibición de lo que los humanos fuimos capaces de construir.