En relación con tu poesía no te diría nada que no piense y sienta: te veo en tu nuevo libro. Te reconozco, es un libro doloroso, desgarrador. Vibra en él tu entera voz y persona. Eso de la voz es para mí lo esencial: no podrías escribirlo de otro modo, nadie sino tú puede escribir esto. Eso nos hace entrar en un destino, una responsabilidad, una necesidad. Este libro tuyo está en la estela de lo inevitable, lo impelido, lo dictado. El libro es iracundo y a la vez razonado. Tocaste de nuevo ese algo tuyo, tu ser, el choque, la erupción, la violencia de una palabra desgarrada, ahí te abres, te empujas y te dejas tocar. Es un cara a cara con lo intolerable. Está tu dolor y tu rabia, a veces tu odio. Los poemas gritan, vociferan, imprecan, estrujan y rasgan. Es tu vibración y tu encono los que se ofrecen y agreden e inquietan. Los poemas están vivos porque hay personas y con ellas no se puede jugar. Al mismo tiempo, siento que en estos poemas das un paso, ¿hacia dónde? No lo sé, es lo desconocido en persona, pero te mueves, o algo te empuja y estás en otra parte, que es la misma pero dolorosamente trastornada. Hay personas, respiraciones y ahogos y eso no se inventa, no se puede evitar. Es el choque, la ausencia de encuentro, la rasgadura misma de la comunicación. Es la interrupción y la caída en lo negro. Esas atmósferas, ese aire enrarecido, esas manchas. Por momentos es lo irrespirable, el dolor extremo y la inmensa violencia. Y eso no puede ser de otro modo, hay que aceptar, acoger y dejarse dañar. No queda otro camino, la poesía sangra.