Armando Romero ha escogido narrar, sin pretensiones desaforadas ni melodramatismos sin alcance mayor, la vida de una familia de la clase media de Cali, en el Valle del Cauca de Colombia, dándole a esa descripción la dosis justa de poesía y de verdad necesarias para que el lector las viva con la plenitud de una experiencia propia. Todo por la sola virtud de una rigurosa honestidad de escritura y un rechazo profundo de toda facilidad complaciente. Hay un aire de misterio y nostalgia, de tristeza por lo irrescatable y de compasión por lo irremediable en estas páginas de Armando Romero que hacen de su novela una obra perdurable y necesaria en las letras de nuestra América. Necesidad de la cual el lector se dará cuenta de inmediato al iniciar la lectura de este libro cuyo recuerdo va a acompañarlo por mucho más tiempo del que sospecha.
Esa juventud que vive, sueña, sufre y muere en esta novela, constituye uno de los desfiles más conmovedores y desesperanzados del fatal destino que ha marcado a varias generaciones de nuestra América Latina. Es el testimonio de un fracaso, pero también el grito de una esperanza que no se apaga. Quien así recuerda y ama los seres y los lugares de su infancia y su juventud nos está probando que no se ha perdido por completo la partida. Estas páginas deben leerse con inocencia visionaria, la misma con la que fueron escritas. Es un desafío al lector, pero también un homenaje al hombre que lleva consigo.
Álvaro Mutis