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Ventana o pasillo

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Una mujer se mira a sí misma en el reflejo que le devuelve la ventanilla de un avión. Como tantas veces, cruza el océano con la misma sensación: irse para volver y regresar para marcharse. En ese reflejo, la narradora de esta estupenda novela, encuentra la posibilidad de dirigirse a esa joven que alguna vez fue y que abandonó su lugar de origen para ir en un busca de un destino literario, de una habitación propia, de un mundo particular. En ella, la del reflejo, la mujer encuentra a muchas mujeres que fue en algún momento de su vida y a otras que desconoce por completo. Y algo más: trata de entender las razones de su desarraigo.

Consuelo Triviño ha escrito una novela que puede leerse como una memoria, o una memoria que se lee como novela. Poco importa, la verdad, cuando constatamos que la literatura está hecha de verdad y de fantasía a partes iguales. ¿Quién no ha inventado, acaso su pasado? "Me he pasado la vida buscando el padre que no tuve o que hubiera querido tener. Pero los padres son como son o como las circunstancias los hicieron, no como hubiésemos querido los hijos".

De los años cincuenta, a los setenta, de la memoria de un abuelo sastre que huyó al Putumayo desde Viotá, municipio emancipado desde mediados del siglo XX; de la niñez en los internados, la madre curando heridas de enfermos en centros de salud; de la entrada a la vida adulta de la mano de un ominoso hecho; de la lectura como posibilidad de enriquecer una vida adulta. De la literatura como destino. De eso, como recuerda la narradora, de eso "se escribe. Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: eso es lo que se consigue. Eso o nada. La escritura es lo desconocido", al decir de Marguerite Duras.