En la cultura de un país es usual la existencia de personajes populares; en Cuba han sido muchos los que a lo largo de su historia la han nutrido de anécdotas y misterios, entre ellos, uno que por su prestancia, sosiego y caminar pausado se convirtió en presencia habitual en las calles de La Habana, de su Habana, aunque había nacido en Lugo, España: el Caballero de París, quien, ¿estaba loco o los avatares de la vida lo llevaron a ese estado que lo acompañó hasta su muerte? Solo el propio Caballero podría haber dado esa respuesta, pero el halo de fantasía hubiera desaparecido y no sería la escultura que acompaña al transeúnte nativo o foráneo que camina por esa zona cargada de leyenda a la entrada del convento de San Francisco de Asís, ni podría llevárselo a casa en la imagen que un flash captó y convirtió en inmortal, como lo es, José María López Lledín.
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