Hannah Ligget pensaba que debía ser unas de las pocas mujeres que quedaban solteras en Alaska. Así que cuando Ross McCoy le pidió por sorpresa que se casase con él, no desaprovechó la ocasión. Aunque se tratara tan solo de un matrimonio de conveniencia... y con un viejo amigo que necesitaba una madre para su hijo.
El problema era que Hannah ya no podía ver a Ross McCoy como a un simple amigo. Porque el hombre con el que estaba conviviendo era un ejemplar devastador de masculinidad y encanto. Así que no le quedó más remedio que realizar un segundo juramento: ¡no seguir siendo la única mujer virgen de toda Alaska!