Un libro inteligente, honesto y luminoso acerca de la necesidad de luchar por los sueños (a veces de las maneras menos pensadas).
Un hombre tira su futuro al tacho: deja su trabajo, termina con su pareja y pierde su casa y —por poco, y no menos que literalmente— la vida…, al menos la que tenía hasta ese momento. Entonces, decide entregarse a la ficción de una existencia carente de planes a largo plazo, aunque no de propósito. Tiene uno pequeñito, simple, casi infantil: la publicación de un libro que a nadie le interesa leer.
Otro hombre, que puede ser el mismo en otro tiempo, por las noches, escribe a la luz de las velas en su solitaria, oscura y aséptica kitchenette. Podría pensarse que no le va mal: es aún joven, tiene un trabajo fijo, está comprometido y, junto a su novia, ha adquirido una propiedad. Sin embargo, no todo es lo que parece: acaban de salirle las primeras canas, odia su esclavizante trabajo, casi nunca ve a su novia y le faltan, aproximadamente, veinte años para pagar la hipoteca de una casa demasiado grande para los dos.
Las velas encendidas son una metáfora de su vida consumiéndose en la inercia del día a día. Pero ahí donde la única salida parecería ser jugar con las reglas que la sociedad de consumo nos impone terminará por rebelarse el escritor, quien sin buscar ser siquiera el héroe de su propia historia dejará, en cambio, constancia de cada uno de sus pequeños fracasos cotidianos. Y este será su verdadero, silencioso y solitario triunfo sobre la medianía de una vida en automático. Su única redención posible.