Carlos Javier Morales confirma una vez más que es un poeta de enorme poderío emocional, fuertemente vinculado a sus paisajes tinerfeños, a su actividad académica y a sus seres queridos, en los que encuentra el sentido más vivo de su existencia y el poso necesario para su creación lírica.
Como él mismo afirma en el poema inicial del libro, "sueño y realidad se enlazan / en una eternidad que nunca he visto / pero que vivo a diario", y es en esa confluencia de la trascendencia (el sueño) y de la cotidianidad (la realidad) donde Morales asienta su mundo propio, manifestándonos sus inquietudes sobre la muerte o sobre Dios; donde el paso del tiempo o el gozo del presente invaden de plenitud su vida; donde cualquier elemento de la naturaleza o cualquier acontecimiento es motivo de celebración e incluso de redención. Todo ello expresado con un lenguaje intenso que lo enmarca en una rica tradición literaria contemporánea, pero que no acalla su voz personal, reconocible y enternecedoramente humana.