La felicidad puede encontrarse en una pista de patinaje sobre hielo, no importa las veces que caigas ni lo estrepitosas que sean las caĂdas. En hacer un muñeco de nieve, o en revisitar argumentos para convencer a una amiga rusa de lo apasionantes que son las novelas de Jane Austen, o en descubrir el erotismo de los Juegos OlĂmpicos mientras se intenta aprender a tirar con arco y flecha. «QuĂ© maravilla estar entre humanos y no entender nada», afirma Virginia Higa en el primer pĂĄrrafo, regalĂĄndonos casi sin proponĂ©rselo una contraseña de lectura para este libro repleto de asombros e impresiones.
Unos meses antes de publicar Los sorrentinos, su aclamada primera novela, Virginia Higa se fue a vivir a Estocolmo, en donde formĂł una familia y comenzĂł a escribir estos textos que combinan de manera personalĂsima el ensayo y la crĂłnica como una forma de dar cuenta de cĂłmo es vivir en un paĂs de noches largas y abundancia de vocales. Un recuento de los amigos y amigas que recibe en su casa sueca la lleva a una hermosa reflexiĂłn sobre el sentido de la hospitalidad. La crianza de un niño pequeño, a descubrir los lĂmites de una sociedad asĂ como alianzas inesperadas. En la senda de sus admiradas Hebe Uhart, Natalia Ginzburg y WisĆawa Szymborska, Virginia Higa puede posarse tanto en las pequeñas como en las grandes cosas y no hace distinciĂłn entre la curiosidad intelectual y la experiencia sensible.
El hechizo del verano es una invitaciĂłn a abrir la mirada y a dejarse encantar por el humor, la inteligencia y la enigmĂĄtica belleza de las palabras, como en las buenas conversaciones.