Hordas de machos en el frenesí de una violación colectiva: una depredación que se repite desde los comienzos de la historia, atraviesa inmutable los procesos civilizatorios, se prolonga hasta el corazón del siglo XX y actualmente ocupa un considerable espacio en las crónicas policiales. Tanto si se produce como crimen de guerra, contribuye a fines genocidas o se "normaliza" en una brutalidad cotidiana en tiempos de paz, conserva siempre los mismos aspectos instintivos de la barbarie más arcaica. Es el cono de sombra de la identidad masculina. Los centauros de la mitología griega, seres mitad hombre, mitad animal, representan su forma más extrema.
Luigi Zoja —psicoanalista reconocido internacionalmente por su investigación sobre el otro polo masculino, el del padre— sondea los motivos del centaurismo como contagio psíquico y recorre sus manifestaciones, desde la esclavitud sexual de las mujeres nativas durante la colonización de América Latina hasta el epílogo sin honor de la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de la furia bélica, que desde Homero en adelante ha generado narraciones, la violencia sexual produce, por lo general, silencio. En términos de Zoja, "deshumaniza a la víctima, pero también al agresor, porque destruye en ambos una de las capacidades más humanas, la de narrarse".