"Semejante a la performance realizada por Leopoldo María Panero en el manicomio de Mondragón, Alberto Cecereu propone una obra sujeta a tres niveles de lectura, cada uno entrelazado con el otro, figurando una línea narrativa y poética cargada de estadios psicológicos derruidos, patologías apasionadas y manchas o fisuras de un lenguaje contaminado. EL DELIRIO, por tanto, presenta al lector un plano de lectura netamene poético, otro que simula el ingreso del hablante al psiquiátrico –pacto autobiográfico abrupto o testimonio convexo que dialoga con la ficción literaria–, y una fragmentación del relato organizada por tres fases estructurales, tres momentos de una sesión terapéutica, todos ellos dominados por un discurso esquizofrénico, por la voz de los enfermos, o por la materia gris de un hablante dañado.
Bajo un tono exacerbado, a ratos colérico, con diafragmas convulsos provenientes del lenguaje religioso/mesiánico y fuertes cargas sexuales embestidas por imágenes surreales que aumentan el delirio, la poesía de Cecereu sostiene el discurso de los caídos, de los sin voz, como un campo minado que dictamina una propuesta distinta a las voces actuales de la poesía chilena. Es un hablante sometido al trastorno, o como indica uno de los personajes del libro, el médico psiquiatra que lee el informe del paciente, es un hablante "tendenciosamente femenino, provocador y desobediente a las autoridades de salud mental, con una extraña fijación por el sexo y pensamientos lujuriosos que se entrelazan con pensamientos suicidas. Psicótico, narciso, desviado sexual, depresivo refractario, limítrofe". Sin lugar a dudas. "El Delirio" es una obra que de modo performático transforma el poema en una historia, un relato o un testimonio tramposo."
Pablo Lacroix.